miércoles, 21 de diciembre de 2016

capitulo 5

                                                                                                                                                          (5)       



En todas las obras escritas, casi siempre se describen los personajes, porque es importante que nos hagamos una idea de quien estamos tratando. Así, por ejemplo, algunos ponen un promedio de edad, un promedio de estatura, un promedio de todo. Hasta el caballo, en el caso de Don Quijote disfrutó de una descripción. No solamente fue descrito, sino que fue re-bautizado por el hidalgo caballero, de aventuras sin par. El mismo Sancho Panza, e igual su burro, fueron descritos. Favor que se les hacía y hace en la posteridad. Flaco uno, en el caso de El Quijote; y rellenito de carne, en el caso de Sancho. Flaco el caballo, como el dueño, en el caso de Rocinante; y burro, el burro de Sancho, tal como el dueño. Esas descripciones nos ayudan a imaginar a éste y aquel otro personaje. Nos ayudan a poder fantasear y a seguir sus peripecias.
Si es héroe, nos lo imaginamos tal como nos los describen. Si villano, también nos ayudan sus características. Es necesario por el bien de los personajes, y por el bien de nuestra imaginación, una descripción lo más fidedigna posible del individuo en cuestión. Como de individuos trata en la novela Los miserables, su autor, Víctor Hugo, a algunos de sus personajes, sin negar que hace con detalle una descripción de algunos centrales de su maravillosa obra, como el Obispo, en sus primeros capítulos, o del ermitaño y expresidiario Jean Valjean, o de la muchacha, llamada Marius… con nombres propios para identificarlos e identificarnos en nuestra salud mental, al poder tener la referencia en nuestra mente. O en el caso del mismo Dostoievsky, con sus fascinantes y embelesadores personajes, como Sonia, Dunia, la vieja, la hermana de la vieja, Raskolnikov. O en los mismos Evangelios, en donde no aparece descripción de ninguno de los apóstoles, ni siquiera del mismo Jesús, pero que no por ello ya cada uno se lo imagina, a pesar de carecer de sus descripciones. A cada personaje corresponde por derecho de ciudadanía y de existencia, así sea personaje ficticio, una descripción aunque sea mínima, y por lo menos, un nombre. Para tener la referencia.
Igual ha de suceder con nuestro personaje. Habrá que describirlo, para hacernos una idea. Es necesario. Además, es salud mental saber de quien estamos tratando, y de cómo es él, o de qué lugar se enamoraron de él. Porque no se puede negar, ni mucho menos, que al tener una descripción de cómo es él, y todas esas cosas, nos va a permitir estar enamorados, por lo menos de la idea. Y cómo es el…
Hay que imaginarse a un hombre alto, guapo, de bigotes, de buen vestir, de elegancia al caminar, de soltura torpe pero tierna, de mirada prolongada y profunda. Así, justamente, no es nuestro personaje.
Por otra parte, ayuda a que nos hagamos la idea de un hombre chiquito, más bien relleno, de espaldas anchas, más anchas que el resto del relleno para poder cubrirlo; de caminar acelerado, a pesar de lo rellenito… Tampoco así es nuestro héroe.
No tiene caballo. Porque en este mundo moderno de hoy no se puede andar con y en caballo por la ciudad. Sería un abuso. Mucho menos en burro. Sobre todo, porque no habría sitio para estacionar ni a uno ni a otro. Y el problema sería que después tendría que limpiar sus gracias en donde hubiese encontrado sitio para estacionarlo, mientras iría o al banco o a cualquier otro lugar a cualquier cosa que fuese. Son muy lindos los caballos y se ven muy bonitos los policías montados en ellos, como en Nueva York. Les da mucha personalidad a los caballos. O los caballos le dan gallardía a los policías. Y también a la ciudad. Sin embargo, ha habido ciudades que han pretendido copiar esa realidad de caballo y policía, y, entonces, se ven feos, también el caballo; y más feas esas ciudades. Nuestro personaje tampoco es policía; tampoco caballo. Y no tiene caballo. Y menos mal, porque no tiene que limpiar las gracias de los caballos, si hubiese encontrado sitio para estacionarlo en la ciudad. No es el caso de nuestro héroe. Aunque, en algunos lugares del mundo se dice “cuál es su gracia”, para pedir que alguien diga su nombre; entonces, aquí podría ser doble la gracia, la del caballo o el burro, en caso de hacerla, y el apelativo o el nombre con que se llame al caballo, porque así hubo sucedido con el caballo de El Quijote, que antes se llamaba Rocín, y después de rebautizado por la usanza que se le iba a dar al ser cabalgado por tan digno caballero, el de la triste figura, habría de llamarse, entonces, Rocín-ante; o sea, que antes era Rocín y después Rocinante, según dijera el mismo autor del libro, al decir que, “cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría... y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”. Y en el caso de Sancho, su burro se llamaba Rucio, sin rebautizo, y esa era igual su gracia.
Nuestro individuo, para continuar con la ideas de la revolución francesa y del estilo de Víctor Hugo, en la novela que ya se dijo, sí tiene nombre, pero también es un individuo. Y es necesario que lo bauticemos y lo identifiquemos con nombre para referirnos a él con propiedad. Podría llamarse Pedro, o Juan, o Luis, o Rebeca o María, o Carmen. Y depende del nombre que le demos, sea masculino, o sea femenino, tenemos que darle un sexo, porque su nombre iría en consonancia con su género. Si se escoge que sea hombre, tenemos que darle una edad, para hacernos mejor idea de cómo es, para ver si nos enamoramos de él, o no; igual, si es mujer. Y si es mujer, tenemos que ponerla o vieja o joven. Si joven, o fea o bonita; o sexy o con gracia. Si vieja, entonces, casada o divorciada; si con hijos, o sin hijos, o huérfanas de hijos; o viuda. Y si viuda, o alegre o triste; con amante o sola. Y si con amante, con pasión o sin ella. Porque si es con pasión y con amante, nos tiene que llevar a inventarle mundos apasionados y tendríamos que darle rienda suelta a la imaginación. Si es seria y casada nos llevaría a ubicarla en una familia, y eso nos llevaría a buscar una familia modelo, aunque no lo fuese, sino para esta obra.
A este punto, es necesario pensar en un hombre casado. Tampoco es así nuestro personaje.
Habrá de ser, entonces, mujer. Y bonita. Tampoco así es nuestro personaje.
Pero podría ser niño…

En este momento es mejor que no describamos a nuestro individuo, que a la vez es el personaje y el héroe, y que tiene que ser nuestro. O nuestra. Que en caso de ser nuestra tendría que ser personaja, porque correspondería en género y en número, porque sería una sola. Porque no es lo mismo decir nuestro personaje, que implicaría la idea de ser masculino, a la idea fiel de nuestra personaje, y habría con ello una disonancia sonora, aunque no gramatical.

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