miércoles, 21 de diciembre de 2016

¡Milagro!... ¡Milagro! (libro)


¡Milagro!...  ¡Milagro!


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Daniel Albarrán

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Título original:
¡Milagro!... ¡ Milagro!
Autor: Daniel Albarrán

Depósito legal: lf: 08120102002494
ISBN: 978-980-12-4483-7
Diseño, configuración y edición: Daniel Albarrán
Diseño de Portada: Daniel Albarrán


E-mail: dalbarranu@hotmail.com
Página web: daniel-albarran.blogspot.com

Impreso de manera artesanal en
Barcelona, Anzoátegui, 2011.        

capitulo 1

                                                                                                                                                          (1)       

  
Serían como las seis de la mañana. Un poco antes, tal vez. El sol entraba por las rendijas de la ventana y su claridad parecía ser una mucama que venía a quitar las sábanas, porque era hora de estar levantados. Se saboreaba el último calorcito de la cama y se entraba en la lucha de entre ya es hora y otro poquito más porque la estancia estaba rica y acogedora. Había que levantarse. Ya el cuerpo habituado en su reloj rutinario indicaba que no era tiempo de estar acostado. Era hora de estar de pie. No había nada que exigiera el levantarse a esa hora, ni más temprano, pero la fuerza de la costumbre programa los cerebros como un reloj suizo y el cuerpo obedecía a un programa de vida de toda una vida. Quedarse en la cama era perder tiempo, sobre todo si se quería dormir, a no ser que en verdad el cuerpo pidiera estar acostado por razones de quebrantamiento de salud. Y, aún así, el instinto de la costumbre llevaba a estar despierto desde muy temprano.
         No había nada qué hacer levantado a esa hora de la mañana. La rutina matutina se seguía como se había seguido siempre. Agradecer al Creador el nuevo día de manera instintiva, como siempre. Colocarse en sus manos y elevar el pensamiento junto con el sentimiento a su voluntad y predisponerse a ser fiel a sus designios, por sobre todas las cosas, también como siempre. Todo era el ritual matutino.
         En la televisión estaban dando la película en la que Robin Williams hacía de un estudiante de medicina con ideas nuevas para sus compañeros de clases y para sus profesores. Proponía que había que mejorar no solo la salud física, sino emocional de los pacientes. Todo se desarrollaba en un hospital con pacientes de cáncer, sobre todo muchos niños con cáncer. Las ideas del personaje eran vistas por todos como ideas propias de una persona desequilibrada. La medicina tenía que tomarse en serio y no a la ligera ni con humor, como pretendía este estudiante. Lo novedoso que se proponía era que había que trabajar con los pacientes, con nombres y apellidos, y no como números de cama y de habitación. Había que llamar e identificar a cada paciente de manera personalizada y no con la clasificación numérica de manera imparcial. Había que involucrarse emocionalmente con los pacientes de cáncer. Había que mejorar la calidad de vida, y no solo retrasar la muerte, como tradicionalmente hacen muchos profesionales de la medicina. Para eso había que hacer reír a los pacientes. Hacerlos reír. Este estudiante se colocaba una goma roja de payaso en la nariz e iba por las habitaciones del hospital haciendo payasadas. Provocaba la risa de algunos y el disgusto de otros. Algunas de las enfermeras lo secundaban. Otras lo criticaban. Los médicos, sobre todo uno, que era su profesor, lo tenían en tres y dos. Lo tenía en la mira y no aprobaba para nada sus comiquerías fuera de sitio y lugar. El hospital era asunto serio y los pacientes también, y había que tomarse las cosas con su respectiva seriedad. Un compañero de clases, que era el prototipo de estudiante dedicado con seriedad, sufría de manera especial las actitudes y comportamientos de este estudiante que se tomaba las cosas sin ninguna aparente responsabilidad. Lo bueno era que este estudiante-payaso era sobresaliente en sus notas y calificaciones, a pesar de que su compañero prototipo, con quien compartía la habitación, nunca lo veía estudiando y dedicado como lo era él. No se explicaba que saliera mejor que él. La competencia, tal vez, en el fondo era lo que lo intrigaba y lo hacía sufrir.
         Como no había nada qué hacer que implicara estar levantado, aunque sí despierto inevitablemente, se dispuso a mirar la película que estaban dando en la televisión, esa mañana. La temática le fue envolviendo poco a poco a punto de encontrarse interesado nuestro personaje. Sentía una especial simpatía por el actor en cuestión.

capitulo 2

                                                                                                                                                          (2)       

  
         Recordaba de Robin Williams algunas pocas películas. Popeye, Peter Pan; y una película en la que interpretaba a un médico al que se le había muerto su esposa, después de un trauma emocional tras la muerte de sus hijos. La esposa no había podido asimilar la pérdida de sus hijos y se había negado a vivir. Ella muere. Al poco tiempo también muere él, y va al cielo. Él quiere encontrarse con su esposa en esos mundos del más allá, pero no la encuentra. Le asignan un guía para que le instruya en los asuntos del misterio del más allá. En la Iglesia se llama esas verdades, el mundo de las postrimerías. Pero son misterios. Tampoco es que la Iglesia deba saber de esas cosas…
         Él busca las maneras de encontrarse con ella, pero le informan que ella se encuentra en el purgatorio, y que es imposible que ambos se encuentren. No se puede pasar las fronteras. Ni de un lado ni del otro. Son incomunicables esas dos dimensiones. Él se ofusca y se empeña en refutarle al guía que nada hay imposible para el que quiere algo, según el mismo guía le había enseñado desde un comienzo. Solo era cuestión de quererlo y de imaginarlo, y todo se haría como se lo imaginase, queriéndolo con convicción. Y todo se haría. No había imposibles.
         Él lucha contra todos los obstáculos y al fin llega a encontrarse con ella. Ella no lo reconoce. Él se dedica a buscar la manera de que ella lo vaya identificando. Ella se negaba a todo. Ella vivía en una ambigüedad. En eso consistía el purgatorio. Y la película se desarrolla en esa idea.
         Recordaba vagamente la película. Desde que había visto algo de esa película había quedado prendado de las muchas ideas fascinantes que se decían y se desarrollaban. Le había parecido interesante esa manera de enfocar las realidades de la vida y las maneras de enfrentarse al hecho de la existencia humana.
         También recordaba algo, no mucho, de una película en la que Robin Williams, hacía de un hombre disfrazado de mujer que trabajaba en una casa de familia, que era su propia familia, y así podía cuidar y ver a sus hijos. Las situaciones eran muy complicadas para el hombre, porque tenía que salir corriendo a vestirse de mujer, unas veces; y otras, a vestirse de hombre para despistar y no lo descubrieran. Cómica la película en ese ir y venir de ese paso de dos roles, de mujer y de hombre, hasta que al final se descubre la verdad, y se complican más las cosas…

capitulo 3

                                                                                                                                                          (3)       



         En el transcurso de esa mañana, nuestro personaje no descrito ni tipificado, porque no es lo principal, había buscado la manera de averiguar el número de teléfono de un conocido suyo, para comunicarle una idea, y pedirle un favor.
         -- Hola, P. -- ¿cómo anda la vida, por esos mundos de Dios?
         -- Como usted es bastante conocedor de películas y de esos desenvolvimientos, ¿no sería posible que usted consiguiera en formato de DVD todas las películas que pueda conseguir de Robin Williams?
         -- Lo que recuerdo de él, son muy pocas cosas que he visto – y le indicó algunos datos de algunas películas que había visto, así de manera general, sin decir ningún título por no recordar ni saber ninguno.
         P. se había comprometido a que haría todo lo posible, y que contara con eso. Sería un hecho.
         La idea consistía en disponerse a ver todas las películas posibles del actor referido, y dedicarse a buscar todas las ideas transmitidas en ellas. Tarea nada fácil porque significaría tiempo y dedicación. Pero, motivado por el mismo mensaje de una de sus películas, de que todo es cuestión de quererlo y de imaginarlo con convicción, para que algo se haga realidad, esperaba hacer realidad lo que ahora estaba comenzando a imaginarse. La convicción empezaba a descubrirse porque estaba haciendo que fuese realidad al hacer con la petición del favor lo que estaba pensando y quería. Todo era cuestión de dedicación. No por arte de magia. Sino por convicción. La convicción era de la dedicación con que empezaba. Y la convicción sería la perseverancia con que esperaba mantenerse.
         Nada era cuestión de quererlo y no hacerlo. No había ambigüedad y no cabía. Quererlo era hacerlo. Hacerlo era lograrlo. No solo desearlo. Dedicarse. Esa era la convicción.
         Ya el favor y la petición eran un hecho. Por lo menos, había transmitido la inquietud y la necesidad. El primer paso estaba dado. En lo que dependía de él, todo ya había comenzado.

         No sabía nada, o muy poco de le que llegaría a descubrir y de lo que habría de pasar. Lo sospechaba. Lo intuía. Lo presagiaba. Por eso sentía las ganas de dedicarse a lo que estaba comenzando. Empresa ardua. Pero empresa que ya comenzaba a ser una realidad.

capitulo 4

                                                                                                                                                          (4)       

Los días iban transcurriendo.
Nuestro personaje en algunos desenvolvimientos sociales era muy torpe.
Un día, por esos días, había tenido que diligenciar algunas cosas en un banco de la ciudad. Había pasado cuatro horas y media en la cola esperando su turno para realizar la actividad bancaria que requería por esos días. La cola avanzaba con lentitud monstruosa. Los que iban detrás de él, casi todos se habían fatigado en la espera y se habían ido. A veces nuestro personaje quedaba de último hasta que no llegase otro a ubicarse como el último, que variaba entre diez y quince minutos, hasta que ese ultimo se iba; y así, en todo el tiempo que estuvo en el banco. Iba conversando con los de adelante y con los de detrás suyo. Conversaba de informalidades.
Cuando, ya pasadas las dos de la tarde, le correspondía el turno de ser atendido, la señora promotora de la agencia bancaria, y que era la única que estaba prestando los servicios al público, en ese departamento, anunció enérgicamente que ya no atendería más por ese día. Que vinieran al día siguiente. Se oyeron voces de reclamo. Él también se hizo sentir con su voz ronca, pero de manera atenta, mostrando su malestar por la ineficiencia en los servicios de esa agencia en particular. Desde el día anterior estaba en esos menesteres, y en otra sucursal de la misma compañía le habían indicado que no había material de oficina, y que se dirigiera a esa sucursal en la que se hallaba en ese día. De otras oficinas habían venido remitidos muchos de los que esa mañana habían requerido tales servicios en concreto, justo a esa, en la que, ahora, ya no serían atendidos. Entre ellos estaba nuestro personaje.
De manera cortés, nuestro héroe se dirigió a la expendiente-bancaria y le señaló los papeles, indicando con ello a lo que iba al banco. La mujer con voz fuerte segura de que la oían en toda la sala, casi se burlaba a carcajada al comprender que se estaba vengando de él, al decir:
-- Eso no es por aquí…. Eso es atención al cliente…. ¡Vaya con Dios!
Nuestro héroe se sintió ridículo. Se había metido en la cola que no era. Justo la cola de al lado, y que circulaba con mucha rapidez, era la que llevaba a ser atendidos por la casilla-ventana. No tuvo de otra que meterse en la cola que le correspondía, después de cuatro horas y media en el banco, en una cola que no era la que le llevaría a ser atendido, así hubiera llegado de madrugada.

Esperó su turno en el avance rápido y fluido de la cola correspondiente. No tardó diez minutos en recibir los servicios a los que iba. Fue muy bien atendido. Salió un poco avergonzado consigo mismo… Tanto tiempo…

capitulo 5

                                                                                                                                                          (5)       



En todas las obras escritas, casi siempre se describen los personajes, porque es importante que nos hagamos una idea de quien estamos tratando. Así, por ejemplo, algunos ponen un promedio de edad, un promedio de estatura, un promedio de todo. Hasta el caballo, en el caso de Don Quijote disfrutó de una descripción. No solamente fue descrito, sino que fue re-bautizado por el hidalgo caballero, de aventuras sin par. El mismo Sancho Panza, e igual su burro, fueron descritos. Favor que se les hacía y hace en la posteridad. Flaco uno, en el caso de El Quijote; y rellenito de carne, en el caso de Sancho. Flaco el caballo, como el dueño, en el caso de Rocinante; y burro, el burro de Sancho, tal como el dueño. Esas descripciones nos ayudan a imaginar a éste y aquel otro personaje. Nos ayudan a poder fantasear y a seguir sus peripecias.
Si es héroe, nos lo imaginamos tal como nos los describen. Si villano, también nos ayudan sus características. Es necesario por el bien de los personajes, y por el bien de nuestra imaginación, una descripción lo más fidedigna posible del individuo en cuestión. Como de individuos trata en la novela Los miserables, su autor, Víctor Hugo, a algunos de sus personajes, sin negar que hace con detalle una descripción de algunos centrales de su maravillosa obra, como el Obispo, en sus primeros capítulos, o del ermitaño y expresidiario Jean Valjean, o de la muchacha, llamada Marius… con nombres propios para identificarlos e identificarnos en nuestra salud mental, al poder tener la referencia en nuestra mente. O en el caso del mismo Dostoievsky, con sus fascinantes y embelesadores personajes, como Sonia, Dunia, la vieja, la hermana de la vieja, Raskolnikov. O en los mismos Evangelios, en donde no aparece descripción de ninguno de los apóstoles, ni siquiera del mismo Jesús, pero que no por ello ya cada uno se lo imagina, a pesar de carecer de sus descripciones. A cada personaje corresponde por derecho de ciudadanía y de existencia, así sea personaje ficticio, una descripción aunque sea mínima, y por lo menos, un nombre. Para tener la referencia.
Igual ha de suceder con nuestro personaje. Habrá que describirlo, para hacernos una idea. Es necesario. Además, es salud mental saber de quien estamos tratando, y de cómo es él, o de qué lugar se enamoraron de él. Porque no se puede negar, ni mucho menos, que al tener una descripción de cómo es él, y todas esas cosas, nos va a permitir estar enamorados, por lo menos de la idea. Y cómo es el…
Hay que imaginarse a un hombre alto, guapo, de bigotes, de buen vestir, de elegancia al caminar, de soltura torpe pero tierna, de mirada prolongada y profunda. Así, justamente, no es nuestro personaje.
Por otra parte, ayuda a que nos hagamos la idea de un hombre chiquito, más bien relleno, de espaldas anchas, más anchas que el resto del relleno para poder cubrirlo; de caminar acelerado, a pesar de lo rellenito… Tampoco así es nuestro héroe.
No tiene caballo. Porque en este mundo moderno de hoy no se puede andar con y en caballo por la ciudad. Sería un abuso. Mucho menos en burro. Sobre todo, porque no habría sitio para estacionar ni a uno ni a otro. Y el problema sería que después tendría que limpiar sus gracias en donde hubiese encontrado sitio para estacionarlo, mientras iría o al banco o a cualquier otro lugar a cualquier cosa que fuese. Son muy lindos los caballos y se ven muy bonitos los policías montados en ellos, como en Nueva York. Les da mucha personalidad a los caballos. O los caballos le dan gallardía a los policías. Y también a la ciudad. Sin embargo, ha habido ciudades que han pretendido copiar esa realidad de caballo y policía, y, entonces, se ven feos, también el caballo; y más feas esas ciudades. Nuestro personaje tampoco es policía; tampoco caballo. Y no tiene caballo. Y menos mal, porque no tiene que limpiar las gracias de los caballos, si hubiese encontrado sitio para estacionarlo en la ciudad. No es el caso de nuestro héroe. Aunque, en algunos lugares del mundo se dice “cuál es su gracia”, para pedir que alguien diga su nombre; entonces, aquí podría ser doble la gracia, la del caballo o el burro, en caso de hacerla, y el apelativo o el nombre con que se llame al caballo, porque así hubo sucedido con el caballo de El Quijote, que antes se llamaba Rocín, y después de rebautizado por la usanza que se le iba a dar al ser cabalgado por tan digno caballero, el de la triste figura, habría de llamarse, entonces, Rocín-ante; o sea, que antes era Rocín y después Rocinante, según dijera el mismo autor del libro, al decir que, “cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría... y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”. Y en el caso de Sancho, su burro se llamaba Rucio, sin rebautizo, y esa era igual su gracia.
Nuestro individuo, para continuar con la ideas de la revolución francesa y del estilo de Víctor Hugo, en la novela que ya se dijo, sí tiene nombre, pero también es un individuo. Y es necesario que lo bauticemos y lo identifiquemos con nombre para referirnos a él con propiedad. Podría llamarse Pedro, o Juan, o Luis, o Rebeca o María, o Carmen. Y depende del nombre que le demos, sea masculino, o sea femenino, tenemos que darle un sexo, porque su nombre iría en consonancia con su género. Si se escoge que sea hombre, tenemos que darle una edad, para hacernos mejor idea de cómo es, para ver si nos enamoramos de él, o no; igual, si es mujer. Y si es mujer, tenemos que ponerla o vieja o joven. Si joven, o fea o bonita; o sexy o con gracia. Si vieja, entonces, casada o divorciada; si con hijos, o sin hijos, o huérfanas de hijos; o viuda. Y si viuda, o alegre o triste; con amante o sola. Y si con amante, con pasión o sin ella. Porque si es con pasión y con amante, nos tiene que llevar a inventarle mundos apasionados y tendríamos que darle rienda suelta a la imaginación. Si es seria y casada nos llevaría a ubicarla en una familia, y eso nos llevaría a buscar una familia modelo, aunque no lo fuese, sino para esta obra.
A este punto, es necesario pensar en un hombre casado. Tampoco es así nuestro personaje.
Habrá de ser, entonces, mujer. Y bonita. Tampoco así es nuestro personaje.
Pero podría ser niño…

En este momento es mejor que no describamos a nuestro individuo, que a la vez es el personaje y el héroe, y que tiene que ser nuestro. O nuestra. Que en caso de ser nuestra tendría que ser personaja, porque correspondería en género y en número, porque sería una sola. Porque no es lo mismo decir nuestro personaje, que implicaría la idea de ser masculino, a la idea fiel de nuestra personaje, y habría con ello una disonancia sonora, aunque no gramatical.

capitulo 6

                                                                                                                                                          (6)       



         A los dos días, nuestro personaje se había quedado embelesado con otra película que estaban dando en la televisión. Ya sabemos lo de su rutina matutina. Eran las siete y dieciocho minutos de la mañana. Solía encender la televisión después de algunas pequeñas cosas rutinarias, y la mantenía encendida, mientras realizaba lo de siempre: el baño, el aseo personal, prepararse el desayuno, y todo lo demás que incluía ya su rutina, hasta que partía de su apartamento, casi siempre a las ocho de la mañana. Muy pocas veces más tarde.
         Esa mañana estaban dando una película sobre un escritor famoso, que en sus buenos tiempos había publicado sus artículos en una revista. Estaba mayor y tenía a un joven como empleado que era jugador de basket y vivía en el mismo departamento. El joven era un gran deportista y estaba becado en una universidad. Este muchacho había tenido la curiosidad por escribir y le había pedido que le enseñara cómo hacerlo. El señor tomó una máquina de escribir y empezó a escribir, mientras le iba diciendo que “escribir es escribir, y no pensar”; que hay que escribir sin pensar, tal como vayan saliendo las cosas, sin corregir; solamente escribir. Y mientras iban hablando, el señor iba escribiendo. Al terminar de conversar sobre el asunto, sacó la hoja de la máquina halándola por la parte frontal de la máquina y se la dio al muchacho, quien al leer lo que había escrito, quedó sorprendido. El señor lo había hecho con tanta soltura y sin detenerse a pensar lo que estaba escribiendo… Fue transcurriendo la película, y a pesar de que nuestro personaje no había visto el antes, ni el comienzo de la misma, no aguantó la tentación de quedarse mirando la televisión, sentado en un extremo de la cama, apoyando su cuerpo con los brazos hacia atrás…
El tiempo iba pasando. Ya eran las ocho y veinte. Miró su reloj. Tenía programado salir a las siete y media, pero lo que estaba mirando se tornaba interesante. Sobre todo que le resultaba útil. Tenía programado ir a la compañía de servicio de televición por cable para anular la suscripción del servicio. La razón era que por problemas de electricidad la antena repetidora no transmitía la señal con regularidad. En las noches su televisor se quedaba todo en azul, precisamente porque la señal dependía de las antenas repetidoras, y como la electricidad estaba presentado problemas por el racionamiento que se estaba aplicando, no había señal televisiva en su aparato. En las mañanas siempre había electricidad, y era cuando aprovechaba ese poco tiempo para mirar algo, como ese día.
         El muchacho de la película asistía a la universidad y contaba con el asesoramiento del escritor, con quien conversaba mucho. Y como era lógico absorbía de los conocimientos y de la cultura del señor. Un día en clases, el profesor interrogó a un alumno sobre un autor, y el alumno no sabía absolutamente nada sobre el autor y su obra, sobre la que estaba hablando en clase. El muchacho deportista murmuró el nombre del autor, y el profesor se sintió ofendido porque no le estaba preguntando a él. Entonces, el profesor se dedicó a carear al muchacho con citas de autores para ponerlo en ridículo. La sorpresa fue grande porque el muchacho deportista interrumpía al profesor citando al autor y continuando la frase que el profesor decía. El profesor había quedado desautorizado por el muchacho, quien, según el profesor tenía que ser bueno solo en el deporte, y no en letras.
         Al regreso a la casa, el muchacho deportista había comentado todo el impasse con su amigo y tutor. Tuvieron su intercambio de ideas. El señor le advirtió que tuviera cuidado porque el profesor se había sentido humillado, y que podría venir represalias. El muchacho no veía el motivo. E hicieron un trato: que todo lo que el muchacho escribiera que no se lo enseñara a nadie, hasta que no tuviera terminado. Porque, de hecho, el muchacho había comenzado a escribir algunas cosas. El señor le dijo que escribiera, y si lo iba a publicar, que lo publicara intacto, sin correcciones, porque escribir es escribir y no pensar. Volvió a insistir en la idea el señor y empezó a sacar sus frustraciones de escritor, que había visto mucho de sus artículos corregidos, amputados y encuadrados a los gustos y estilos de los críticos. Nunca había sido publicado tal como había escrito, sino como habían querido las casas editoriales. Había pasado con algunos de sus libros. Porque el escritor sigue su vena de escritor. No escribe para gustar y para complacer gustos y pareceres. Escribe porque así lo siente. Por lo que decía, el señor tenía muchas experiencias amargas al respecto. E invitó al muchacho que escribiera sobre un tema que ya el señor había escrito. Le sugirió el mismo título, que era algo así como “la época de la fe verdadera”, o algo por el estilo, que tenía que ver con la fe y con una época. Pero, con la promesa de no dárselo a nadie.
         En esos días, en la universidad, se estaba realizando un concurso de ensayos de escritores. Era parte del curso. El muchacho había participado con un artículo. Después del entrenamiento de basket, el muchacho fue llamado a la oficina del rector de la universidad. Lo estaba esperando toda la comitiva académica para conversar sobre el artículo para que diera razones. Le preguntaron que si su artículo era suyo. El muchacho respondió afirmativamente. Le preguntaron que si esas ideas eran suyas o copiadas. Suyas, respondió. El profesor que llevaba el ataque y el interrogatorio era el profesor del impasse en la clase, con la asistencia y aprobación del resto de los profesores. Cuando el profesor consideró que ya lo había acorralado lo suficiente, se acercó con una revista abierta en la página donde comenzaba el artículo del escritor tal, que había escrito un artículo con el mismo título, y desenmascaró al muchacho… El mismo profesor reconocía la originalidad de las ideas del artículo del muchacho, pero le criticaba el mismo título, y la primera línea que eran tal cual las mismas con que empezaba el artículo el señor, cuando había publicado el artículo. Entonces, el profesor le pidió que escribiera una nota reconociendo que se había copiado, cosa que no era verdad, y que la leyera en clases. El muchacho no escribió nada, por lo menos en ese momento de la película.
         Nuestro personaje estaba absorto y por de más interesado. Ya había pasado la hora que tenía programada de salir. Pero el momento de la película valía la pena. Miró el reloj y se disculpó consigo mismo, como si tuviese obligación de hacerlo. Era su propio tiempo y no tenía que dar explicaciones.
         El muchacho de la película llegó rabioso a la casa. El señor lo abordó. El muchacho le contó todo con lujos de detalles. El señor le pidió que hiciera la nota, que se disculpara y que reconociera que se había copiado. El muchacho alegó furioso todas sus razones, que diferían del señor. En ese momento se desató un lazo muy bonito de cariño entre los dos. El señor empezó a aflorar su instinto paternal de protección….
         Nuestro personaje se levantó de la cama donde estaba sentado. Apagó el televisor, tomó su maletín, tomó las llaves de su carro y del apartamento, apagó las luces, y salió de la habitación…

         No se supo el desenlace de la película. Ni qué pasó con el muchacho.