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Después
de la por la demás interesante conversación del día y de la mañana que tenemos
dicho, “N” siguió buscando la película que le había pedido en encargo de que se
buscase a su amigo P, y que desde esa petición tenía tiempo, como dos meses que
no lo veía, cuando semanalmente siempre se veían. “N”, sin embargo, había hecho
sus propias diligencias para dar con la película. En las ventas de películas
copiadas no las había encontrado. No le interesaba si las películas eran o no
originales, y aunque le preocupaba en verdad lo del derecho de autor, no se
podía negar que a la hora de adquirir un CD, igual le daba si era original o
copia, pues por mucho que consideraba y valoraba los esfuerzos de sus
respectivos autores y todo lo que sus trabajos deberían recibir en
compensación, por eso la ley que les favorecía y les garantizaba todos los
beneficios, le tenía sin cuidado infringir esa sacrosanta ley, porque su
bolsillo y su economía no estaban para darse esos gustos de obtener originales,
aun cuando proliferaran las ventas de copias y que pudiesen recibir el castigo
de un delito público; sin embargo, valoraba y consideraba que los autores
deberían sentirse más que satisfechos que sus canciones o sus películas se
oyeran, se vieran y se disfrutaran. No veía en esa práctica de leyes y su
aplicación más que una campaña de las casas productoras y editoriales en su
beneficio económico, más que una protección del respeto de la creación; veía
más productivo y enriquecedor, además de orgullo para los creadores, el que sus
nombres se repitieran por todos lados, sobre todo que sus ideas fueran citadas;
eso lo veía más que suficiente, aun cuando sus promotores y divulgadores
buscasen su recompensas a sus inversiones en dar a conocerlos, aun cuando en
muchos casos de libros, aparecieran en las primeras páginas en las que aparecen
los créditos de autores y editores que bajo ningún motivo se puede citar,
copiar, referir, pronunciar, etc… las ideas que se hallan en ese libro, sin la
estricta licencia de su autor o la casa editora; casi hasta se prohíbe leer el
libro, o hasta casi es prohibido abrirlo sin incurrir en una pena; cosa absurda
en donde prevalece lo estrictamente económico, eso en caso de que una obra una
cierta creación u obra dé altos beneficios rentables, que a un autor no le va
mal, porque con solamente fama no se vive, aunque la fama enaltece el ego, pero
el ego engrandecido y con algo de retribución monetaria, hace que el ego sea
más ego y con justificaciones y motivos; porque hasta en esto el mismo
Cervantes en el mismísimo prólogo de su gran obra de El Quijote no niega sus
profundas aspiraciones, como habrá de tenerlas un escritor, al decir “quisiera que este libro, en el caso suyo
de Cervantes, y que en algo se parece al presente, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y
más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden
de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante”, y que por feo
que sea el hijo, el padre más lo ama y le perdona sus faltas, como igual lo
dijera en su prólogo Cervantes, como igual se dijo; como también es el caso de
que cada cual escribe como habla, y en eso igual se le debe perdonar, porque es
fruto de su propia historia, y no porque mucha cultura tenga y por eso se le
autorice a escribir y ello sea una limitante, porque de locura se trata como en
antes también se dijo lo que motiva a hacer los que otros no se atreven por ser
muy cautos y en cometer errores muy precavidos, mas no tanto los que como
muchos han sido atrevidos, ya sea por el mucho ocio en que viven, o ya porque
les corre en la imaginación y en el pensamiento un bicho que se llama invención
o lo mismo que es que se llama locura; pero no habrá de juzgárseles por sus
atrevimientos o falta de gramática, sino por su producción y riesgo, como en un
caso conocido en donde su autor quería hablar de “el colon” y de una enfermedad
de él padecida, hablaba de “colo”, porque así a él le sonaba, y así mismo lo
escribía; como, igualmente, en ese mismo libro quería decir que se trataba de
“pénsum” de estudios, y en vez de eso, escribía “pensul”, porque también
igualmente así le sonaba, y como se escribe como se habla, así igual escribía,
y algunos eruditos del lenguaje sus vestiduras rasgaban por la falta de
conocimientos y de gramática y de cultura del que de esos errores en un libro
que había publicado se cometía, y que sea el mismo Daniel Albarrán, autor por
mí conocido, en su libro Por culpa de la
tripa (o gracias a ella), como en su estilo el mismo Cervantes se auto-citara
de manera valiente y sin falsa humildad, al final del capítulo 6, cuando el
cura y el barbero disponían de qué libros de caballería, que eran de Don
Quijote en propiedad, irían a parar al corral, con la ayuda del brazo de la
sobrina y del ama de llaves de Don Quijote, para pasar después por la pena de
la hoguera por ser considerados los causante de la locura del señor Quijana,
que era como se llamaba El Quijote cuando en su pleno buen juicio estaba, entonces,
cuando en su relato Cervantes llega en la selección de los libros que se irían
a quemar, y al colocar su propia obra llamada La
Galatea , de Miguel de Cervantes, leído y enunciado por el
barbero, entonces el cura, que era el que decidía cuál iría al fuego y cuál no,
dice: “-- Muchos años ha que es grande
amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su
libro tiene algo de buena invención; propone algo, y no concluye nada: es
menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará
del todo la misericordia que ahora se le niega; y, entre tanto que esto se ve,
tenedle recluso en vuestra posada”; y así el personaje del cura pasa a ser
el mismo autor, o sea, Cervantes, porque el que escribe simplemente utiliza
personajes para querer decir en ellos lo que siempre ha querido decir, y lo
dice, como ya el mismo Cervantes lo recalca en el prólogo, cuando estaba
buscando no justificarse, pero dando razones para no tener que dar citas y
citaciones de obras y de autores y de gente famosa, para darle peso y autoridad
a su obra, como si le diera, según su parecer, más valor real; entonces, dice “porque yo me hallo incapaz de remediarlas,
por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso
de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos”,
ante la nota que hace en su prólogo de no querer ceñirse a la forma tradicional
de buscar autoridad y crédito ajeno para darle valor a lo que ya tiene de por
sí como obra, y que podría verse como arrogancia, pero que es sinceridad en la
creación, como ya se dijera antes, de que no se puede andar buscando gustos y
complacencias el que en artes anda, sino la de seguirse a sí mismo siguiéndose;
o como dijera el cantante de que “a amar,
se aprende, amando”, porque no hay técnicas ni escuelas que eso enseñen,
sino la propia experiencia y camino, distinto uno de otro; o como igual lo
dijera en otras palabras pero en las mismas verdades el poeta de que “caminante, no hay caminos; se hace camino al
andar”.
El caso es que no había encontrado en las
pocas ventas callejeras la película que le tenía interesado, lo que lo obligaba
a buscarla en tiendas exclusivas, y con toda seguridad tendría que pagar lo que
costase una original. No quería llegar a esos extremos de gastar
innecesariamente, más cuando en resumidas cuentas lo que le interesaba era
poder asimilar la idea principal de la película que estaba buscando, que era lo
que le motivaba, tomar lo que una vez había logrado ver que tenía ella en su
mensaje, tal vez innovador y aleccionador.
En
la televisión habían dado algunas veces seguidas la película en cuestión, pero
había sido después de las diez de la noche, y el sueño había podido más que las
ganas de ver la película. Se guardaba las esperanzas de encontrarla en alguna
venta de buhoneros, y se rendía a los brazos de Morfeo, como es que se dice
cuando se va a dormir o se cae rendido a las fuerzas naturales que reclaman un
descanso reparador
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